lunes, 27 de febrero de 2017

Suspicacias.

Se acercó sin ningún tipo de ambages para preguntarme como me encontraba, le habían dicho que me había separado y no podía creérselo. “Os veía un modelo de pareja perfecta” me dijo.

En el momento de oír esta frase comencé a preguntarme cuántas veces habíamos hablado de una forma más íntima con esta persona para que ella tuviera esa opinión sobre mi relación. La respuesta fue un par de ellas y no más…


Es sorprendente como clasificamos a las personas solo por las apariencias sin tener más datos que puedan confirmar nuestras opiniones.

Yo, que suelo ser de carácter extrovertido y cálido en las distancias cortas, siempre he procurado huir de cualquier círculo social donde se dedican a hablar de la vida de los demás, como si no tuviéramos bastante con nuestros propios problemas...

Desafortunadamente, lo que más detestas, llega y te pone a prueba de una forma descarada al constatar, que, de un tiempo a esta parte, he entrado a formar parte de la exclusiva más novedosa en el apartado de culebrones de mi barrio y mi entorno.

El primer mes de la ruptura de la relación, solo tú amigos más íntimos lo saben, pero es increíble la utilidad que tiene ese: “no se lo digas a nadie” para que en pocos días, el secreto más secreto, termine extendiéndose como una plaga y que la versión con la que comenzó, fiable o nada fiable, tras varios intercambios orales, termine mutando en una historia diferente en la que no me reconozco.

A muchas, muchísimas personas, les gusta el morbo y las miserias de los demás, no nos engañemos. Si no les queda claro tu fracaso,  lo indagan o  lo inventan, y si no consiguen hallar respuestas, no tienen ningún tipo de pudor en acercarse a ti con cara de estar dándote  el pésame para  preguntarte hurgando en una herida que todavía sangra a borbotones.

Quieren y necesitan carroña para la conversación a la hora del café con las amigas, la adrenalina se les disparará mientras divagan excitadas sobre que pudo motivar una separación después de veinticinco años. 


“Seguro que hay cuernos” apunta una del grupo que dice que no sabe por parte de quien, pero:" ¿qué otra cosa va a ser?" La que está junto a ella  dispara al aire y conjetura que si ha sido por problemas de caracteres: ¿por qué han esperado veinticinco años para separarse?

Lo peor de todo es que estas suspicacias puedan llegar a salpicar a los que más quieres y te quieren, esto si que genera un sentimiento de impotencia y desprecio hacia aquellas personas tan pobres de amor que necesitan alimentarse de la vida de los demás para olvidar el tedio y las desgracias de sus propias vidas.








viernes, 24 de febrero de 2017

Volar

















Siempre supiste que no tengo precio,
que si hablamos de amor, me gusta regalarme
por cuestión de principios.

No quiero ser de nadie que no sea yo misma.

Por eso te rebelas,
sientes que te has perdido por perderme,
porque logré volar sin alas
una noche de lluvia en mis espejos.

Y el eco de tu voz se sostuvo en el aire
para llamarme loca en tu locura,
cuando sola, completamente sola,
deserté de tu ira
y mi fragilidad.




jueves, 9 de febrero de 2017

Amigos.


Un día alguien me dijo que los amigos como tal, realmente no existían y que el sentido de la palabra amistad era una auténtica farsa a la vez que un mecanismo de supervivencia donde dos personas se utilizaban en beneficio propio.

Nunca compartí esa opinión y la experiencia me ha demostrado que a pesar de equivocarme alguna que otra vez en mis elecciones, fueron muchas más las ocasiones en  que acerté y donde supe ver en “el otro” los gestos necesarios de aquellos a los que hoy considero mis amigos.

Hay algunos que llegan y contra todo pronóstico solo permanecen el tiempo necesario en nuestra vida. Nos acompañan  una parte del camino porque debe de ser así aunque nos cueste aceptarlo y entenderlo.

Están los amigos de la niñez que un día se marcharon de nuestro paisaje pero que volvieron con el pelo blanco y la frente marcada de  arrugas para recuperar lo mejor de aquello que fuimos.

También están los que jamás habríamos vaticinado como posibles, pero que nos siembran de afectos imborrables el alma.

Os confieso que aunque siempre fuisteis imprescindibles, nunca os necesité tanto como ahora y que no hay día que no me sorprenda vuestra cercanía, tanto, que me pregunto si yo me habría comportado de igual forma con vosotros.

Ante esta duda, la   respuesta  llega sola con un cariño unánime y cálido por vuestra parte.

GRACIAS POR EXISTIR AMIGOS.



jueves, 2 de febrero de 2017

La vid en nuestra vida.



Pocas veces me he planteado la relevancia que podría tener en nosotros el lugar donde el destino eligió que viviéramos nuestra infancia o juventud, pero después de la familia, creo que éste es un factor determinante en nuestra personalidad.

No somos solo un mapa genético; el clima, la carencia o abundancia de una determinada materia prima en nuestro entorno y por tanto la cultura que emanará de ese lugar, influirán de manera imperceptible en todos aquellos que vivimos bajo los mismos fenómenos.

Tomelloso, mi pueblo, es un pueblo relativamente joven que comenzó a poblarse en 1530 por vecinos de otras villas cercanas y que tuvo un desarrollo exponencial gracias a la a desastrosa plaga de filoxera que afectó a los viñedos franceses en la segunda mitad del siglo XIX, y que, en cambio, sí fue bien soportada por las vides de La Mancha lo que potenció su desarrollo económico.


Cuenta con la mayor cooperativa vinícola de Europa –si, de Europa-y si preguntaras a sus habitantes si actualmente tienen o tuvieron algún familiar relacionado con la agricultura y en concreto con el cultivo de la vid, éstos te contestarían afirmativamente.

Siempre hubo -como en todas partes- algún que otro terrateniente, pero la mayoría de la ciudad estaba conformada por agricultores de clase media con ocho o diez tinajas por bodega que se situaban en la parte baja de la casa con una lumbrera al exterior que proporcionaba luz y ventilación llamadas cuevas.

Es natural por tanto, que nuestra infancia transcurriera para la mayoría de nosotros en lugares relacionados con el vino y su producción.













El jaraíz era el lugar perfecto para esconderse con sus prensas o el patio de atrás donde se guardaban el remolque y el tractor con el que se trabajaba en el campo y donde la abuela me cantaba canciones para entretenerme.


La cueva, que era sumamente peligrosa por el tufo que se podía inhalar en épocas de fermentación y a la que había que bajar con un candil de aceite encendido para ver si había suficiente oxigeno mientras ibas bajando las escaleras. En esos meses se nos tenía prohibido a los más jóvenes bajar solos, pero yo siempre estaba atenta a que bajara el abuelo para hacerlo detrás de él.







Mi madre, como muchas mujeres del pueblo, ayudaba a mi padre en la recolección y los preparativos por lo que desde muy pequeña se vieron obligados a llevarme con ellos.

Dormíamos en el campo, en caserías donde coincidían varias cuadrillas con jornaleros que venían exclusivamente en la época de la vendimia para ayudar a nuestras familias a recoger la cosecha.


El momento más alegre del día llegaba al final de la jornada y después de la cena, los mayores se colocaban cerca de la chimenea al lado de la lumbre a contar historias que siempre me parecían sorprendentes. Los jóvenes bailaban al fondo de la sala y aprovechaban para echar el ojo a alguna moza que les había gustado. A veces, surgía una amistad que quedaba detenida en el tiempo hasta el próximo año en que volvían a encontrarse.

El aburrimiento cuando no había otros niños, me convertía en una observadora de orugas, saltamontes, mariposas y todo tipo de flores silvestres que, junto a las puestas de sol, me parecían un auténtico espectáculo.

Al recordar esto, inevitablemente me llega la sensación de felicidad despreocupada e inocente de una niña.

Todo los servicios que se prestaban en el pueblo se adaptaban a la época en que llegaba la vendimia. Lo prioritario era recoger la uva, lo demás, podía esperar. Incluso los profesores retrasaban todo lo que podían sus clases esperando a que llegaran los alumnos de las familias que tenían que vendimiar,lo que era una inmensa mayoría.

Los fenómenos meteorológicos eran una información prioritaria en nuestras casas, cuando salía el "hombre del tiempo" nadie podía hablar en esos instantes, y si las noticias anunciaban heladas o tormentas de granizo, el rostro del cabeza de familia se tornaba preocupado.





No hay comida que recuerde donde no hubiera una botella de vino para acompañar a los comensales en la mesa.

Si se estaba en el campo, se utilizaba una bota para la ocasión y ésta, no dejaba de circular entre los jornaleros.

Estaba mal visto que las chicas bebieran por lo que no estábamos acostumbradas a un sabor que entonces nos parecía amargo.




Hoy, no podría opinar igual, pues el vino es una de mis bebidas favoritas a pesar de mi mala relación con sus sulfitos y puedo asegurar- inevitablemente influida- que no hay mejor maridaje gastronómico, que, un queso y un vino manchegos.

Supongo, que, sin ser realmente conscientes, desde niños enraizó en nosotros la cultura del vino, y que ésta, nos pertenece en esencia por haber vivido en la comunidad de un pueblo cuya sistema de supervivencia siempre estuvo alrededor del cultivo de la vid y sus caldos.



Actualmente en mi ciudad todavía muchas familias dependen económicamente de la uva aunque el desarrollo tecnológico e industrial cambió hace ya tiempo la forma de vivir de sus habitantes y le permitió abrir un abanico de profesiones más amplio.


Toda mejora y avance debe ser valorada, pero no es menos cierto que a veces la deshumanización camina al lado de esta y confieso que, aunque en forma nostálgica, se cumple en mí el dicho de que cualquier tiempo pasado fue mejor.