Te aseguro que he procurado cuidarlas lo mejor posible, me informé en internet sobre el riego, la luz y temperatura idóneas. Pero ha vuelto a pasar. Las orquídeas no han florecido y la planta se está apagando como todas las que me has regalado año tras año desde que nos conocimos. Esta última vez llegué a ilusionarme, pensé que si me esforzaba, sería capaz de mantenerlas con vida porque comenzaron a florecer. Finalmente, todos los pétalos cayeron al suelo.
Me pregunto si no es esto una premonición de todo lo que no volvería a ser por mucho que lo intentáramos de nuevo. Para mí era el último símbolo de nuestra relación. Si la planta muere, nada tuyo me queda con vida para cuidar, nada supe hacer con nosotros.
Al mismo tiempo, me censuro por esta sensiblería andante que se cuela en la soledad que he decidido habitar desde que te dejé. Dos años ya donde no somos nada el uno en el otro a pesar de lo que mucho que fuimos. Una clausura elegida que ayuda a conocerme en el silencio, que abraza a la mujer débil, fuerte, dulce, áspera, alegre y melancólica, pues todas ellas soy por momentos.
Porque el camino andado siempre nos conduce a nuevos caminos . Gracias.
Si hubieras llegado a saber lo sola que me quedaría, no habrías querido morirte”
En los últimos años tu frase más habitual era“ si muriera de una vez," estabas cansada de vivir, y tu estado melancólico, herencia de la abuela, añadido a algunas experiencias vitales muy duras te volvieron melancólica.
Me dolía profundamente oírte decir eso, que te querías morir, y bromeaba contigo en que cuando llegara el día, lo celebraría solo porque tu deseo se habría cumplido.
También te decía que a mí me seguías haciendo mucha falta, que a pesar de nuestras discusiones, -siempre tuviste mucho amor propio y una dignidad a veces desmedida- tu figura me era imprescindible. Desde tu sillón, aunque no pudieras hacer ninguna tarea física, me era mucho más soportable la vida.
Tú argumentabas que no te necesitaba, que tenía muchas amigas, y que, de una vez, me ibas a dejar tranquila para que yo pudiera viajar e ir de un lado para otro. Yo callaba, pero sería una hipócrita si no pensara, desde mi cansancio, por tus continuos cuidados, que llevabas razón, que tu muerte, me dejaría vivir la vida.
Ese día llegó, y me despedí cogida de tu mano y escuchando el último latido de tu corazón. A pesar de sentir una enorme tristeza, me entró paz, me encontraba exhausta física y mentalmente, después de encontrarte varios días gravemente enferma. Al poco tiempo, cuando conseguí descansar, fui realmente consciente de que ya no volvería a verte nunca más, y me arrasó el enorme vacío de tu ausencia.
Antes, no era como ahora, madre. Ya lo sabes, las familias, vivíamos todos juntos. Los abuelos se quedaban a meses con los tíos y con nosotros, y la palabra residencia, no existía en nuestro vocabulario, Eso solo era para los que no tenían quien los cuidara. Vivímos varias generaciones en la misma casa y unas fueron sucediendo a otras. En mi caso, llevaba razón. Me he quedado completamente sola...
Ahora todo el mundo dice que se vive muy bien solo o sola, que es lo mejor, porque uno decide hacer con su vida lo que quiere, disfruta de sus gustos y aficiones sin tener que compartir. Todo está orientado hacia la individualidad como sistema garantista de felicidad. Y yo, sin embargo, no me hallo, no entiendo esto de vivir para uno sin compartir con nadie más. No le encuentro la gracia a cocinar o limpiar para una, total, nadie te dirá si la comida estaba buena o el baño quedó reluciente.
Me casé joven, cuidé de mis padres y ahora que tengo una vida más o menos resuelta, estoy sola. Si, por supuesto que tengo amigas y amigos, pero tenemos todos tantas cosas que hacer, que hasta para quedar, cronometramos el tiempo,miramos agendas y clasificamos las amistades según lo que nos aporten. Ya no quedamos para escuchar, porque ante todo, queremos que nos escuchen a nosotros.
Si mamá, vivo sola, con la compañía de Luz y Croque, también grandes amores de vida.
¿Y sabes? Las mañanas de los domingos, aún me parece verte asomar al umbral de la puerta de mi dormitorio para ver si he despertado y preguntarme que tal he dormido.
Es terrible que hayas tenido que morirte, para darme cuenta de cuánto te amaba.
Yo, por si acaso, por si me ves, te confieso, que no hay ni habrá, mejor madre que tú.
Entiendo que se hable del dolor, lo acepto como parte del proceso, es necesario un duelo que nos cure en medio de la noche melancólica, donde, con la certeza exacta de la muerte, aprendemos, al fin, a perder lo que más amamos.
Entonces, te das cuenta, y sólo entonces, que ya no volverás a sostener sus manos entre las tuyas.
Que todo va muriendo lentamente, y a veces, demasiado veloz. Nada se puede hacer ante la certidumbre de lo efímero.
Si puedo decidir, que seas mi tesoro, por siempre en mis recuerdos, que tus ojos persigan a los míos, que los míos anhelen a los tuyos, desde el amor que ambas nos profesamos juntas
Hace poco tiempo tuve que asistir (casi por obligación) a una misa en recuerdo del aniversario de un familiar ya fallecido. Ese día, intenté escuchar el sermón con atención pero sin ningún resultado satisfactorio. Era consciente de que mis sentimientos religiosos últimamente se habían endurecido y ninguna frase del sacerdote consiguió calar en mí esa tarde.
Recordé entonces, en forma de flash-back, todos los años de mi niñez y adolescencia cuando asistía sin falta a la misa dominical, y los posteriores, donde mis hijos también me acompañaban educados en la misma fe. No sé si durante ese tiempo fui una fanática que creyó en un Dios que no puede demostrarse, pero si puedo deciros que mi creencia me hizo feliz en muchos momentos difíciles.
Estos recuerdos me hicieron pensar que lo que nos hace felices no tiene por qué ser siempre una verdad probada. A veces es suficiente con que sea la nuestra si ésta no perjudica a nadie.
El problema llega cuando nos empeñamos en hacer prevalecer nuestra verdad ante los demás y la defendemos como única aún a sabiendas de que esta obcecación nos conducirá al enfrentamiento entre nosotros.
Nos tomamos, me tomo, la vida demasiado en serio, coartando la inocencia de lo sencillo, sin darme, sin darnos cuenta de que lo verdadero, no tiene por qué ser lo mejor, de que nuestra razón, mi razón, no me hará más dichosa, si esta me enfrenta a ti.
Y me pregunto, después de mis errores, si alguna vez aprenderé a dejar de sentirme el ombligo del mundo cada cierto tiempo; si después de tanta experiencia de vida, no aprenderé a relativizar mi verdad y a tomarme con cierto sentido del humor aquello que me sucede. Amar desde la serenidad que produce restar importancia a lo que no la tiene.
Ni tu bandera ni la mía, ni tu Dios o aquel del que yo sigo dudando, ni tú ni yo por separado si realmente queremos seguir juntos uno al lado del otro.
Así que, por favor, acércate, que quiero susurrarte al oído una caricia sin argumentos...
Te suelto de la culpa que te engulle en esa soledad que a ti también te crece cuando a ratos me piensas sin querer.
¿Sabes?
No hay víctimas en las historias incompletas,
solo amores que deben aprender a soltarse para no terminar en el desierto de nuestros múltiples vacíos.
Aceptar, que hay algunos trenes que no deben dejarse ir, y otros, a los que nunca, nunca, debimos de subirnos porque nos condujeron a un lugar inexistente en nuestros mapas.
Y así, es como intuyo la palabra “despedida” volando a solas y en silencio para dejar marchar lo inevitable.
Esta tarde, charlando con un buen amigo, comentábamos sobre las interpretaciones que solemos hacer en nuestras conversaciones con los demás y lo complicado que resulta a veces llegar a entender lo que alguien desea decirnos realmente. Él me decía que esta confusión puede darse porque a veces en la comunicación entre dos personas suelen fluctuar sin embargo, cuatro opciones de pensamientos diferentes.
Cuando hablamos pretendemos expresar lo que sentimos y a la vez, analizamos que puede estar pensando nuestro interlocutor sobre lo que le estamos transmitiendo, esto también puede sucederle al otro comunicante, con lo que no es raro terminar frustrados por no lograr llegar al entendimiento.
Creo que este doble pensamiento surge por una falta de seguridad en nosotros mismos unido a un exceso absurdo e inconsciente por querer controlar aquello que no podemos; la reacción del que nos escucha.
Esto genera a veces sufrimiento, exponer nuestras emociones, tenderlas en la cuerda de la vida y dejarlas fluir arriesgándonos a poder ser lastimados puede ser para algunas personas una especie de suicidio premeditado.
Comprender que de una forma u otra siempre habrá algún motivo que nos hará salir de nuestra zona de confort, pareja, casa, trabajo etc. Aceptar que realmente solo tenemos nuestro presente, el ahora, y que justo este instante es el único que nos pertenece.
Ser conscientes de la fugacidad de nuestra vida y sus afectos puede llevarnos por caminos totalmente opuestos, o bien a un agujero negro que solo absorberá nuestra energía positiva, o por el contrario sentirnos liberados al saber que nada podemos hacer ante los imprevistos que han de llegar del exterior.
No esperar nada de mañana, respirar este momento y amarlo como si no hubiera otra cosa más importante y prioritaria que esto.
Al final, después de tantos tropiezos personales, he logrado entender que mis aspiraciones no siempre me hicieron feliz y debo aceptar que la propia vida está esperando a que le entregue otra versión diferente a la que ya fui.
El pasado ya no volverá ni falta que hace, porque yo, ya no estoy allí
La alegría o sus síntomas solo están en nosotros y desde la forma en que interactuamos en nuestras relaciones con los demás. Quizás esto sea un tremendo tópico, pero creo que no hay nada más cierto.
Compartir, experimentar la vida con aquellos que por un motivo u otro se cruzan en nuestro camino, debería ser un máximo exponente de bienestar interior, aunque a veces el maldito ego se obstine en obviarlo.
Cuando esto sucede, vuelvo a mi caparazón anhelando mi antigua zona de confort. Mi yo interior se da tanta pena a si mismo, que resulta agobiante oírlo sentirse el ombligo del mundo.
Porque las cosas no son ni suceden como yo quiero.
¿Sabéis? La vida son dos días y uno ya pasó para mí como si fuera ayer cuando aún era una niña. Ahora necesito vivir el segundo en la plena madurez de mi presente. Mañana quién sabe lo que me deparará el destino o yo misma.
No existen príncipes ni princesas azules, (no han existido nunca) ni hadas fantásticas que nos toman de la mano para rescatarnos y hacer realidad nuestros deseos.
Estos personajes afortunadamente solo se encuentran en la ficción.
Nosotros, por si mismos, ya somos fantásticos, fuertes y capaces de conseguir nuestros propósitos. Vivir una vida sencilla y potenciar nuestros valores en la pequeña parcela que nos tocó habitar junto a otros, es el cuento más bonito y real que podemos experimentar.
Este es mi pensamiento sin una doble vertiente, esto es realmente lo que quiero decir sin pensar a su vez en qué pensará aquel que lo lea. Porque ni puedo ni quiero controlar lo que piensas, porque no me debe preocupar esto cuando escribo.