Entiendo que se hable del dolor, lo acepto como parte del proceso, es necesario un duelo que nos cure en medio de la noche melancólica, donde, con la certeza exacta de la muerte, aprendemos, al fin, a perder lo que más amamos.
Entonces, te das cuenta, y sólo entonces, que ya no volverás a sostener sus manos entre las tuyas.
Que todo va muriendo lentamente, y a veces, demasiado veloz. Nada se puede hacer ante la certidumbre de lo efímero.
Si puedo decidir, que seas mi tesoro, por siempre en mis recuerdos, que tus ojos persigan a los míos, que los míos anhelen a los tuyos, desde el amor que ambas nos profesamos juntas
Hace poco tiempo tuve que asistir (casi por obligación) a una misa en recuerdo del aniversario de un familiar ya fallecido. Ese día, intenté escuchar el sermón con atención pero sin ningún resultado satisfactorio. Era consciente de que mis sentimientos religiosos últimamente se habían endurecido y ninguna frase del sacerdote consiguió calar en mí esa tarde.
Recordé entonces, en forma de flash-back, todos los años de mi niñez y adolescencia cuando asistía sin falta a la misa dominical, y los posteriores, donde mis hijos también me acompañaban educados en la misma fe. No sé si durante ese tiempo fui una fanática que creyó en un Dios que no puede demostrarse, pero si puedo deciros que mi creencia me hizo feliz en muchos momentos difíciles.
Estos recuerdos me hicieron pensar que lo que nos hace felices no tiene por qué ser siempre una verdad probada. A veces es suficiente con que sea la nuestra si ésta no perjudica a nadie.
El problema llega cuando nos empeñamos en hacer prevalecer nuestra verdad ante los demás y la defendemos como única aún a sabiendas de que esta obcecación nos conducirá al enfrentamiento entre nosotros.
Nos tomamos, me tomo, la vida demasiado en serio, coartando la inocencia de lo sencillo, sin darme, sin darnos cuenta de que lo verdadero, no tiene por qué ser lo mejor, de que nuestra razón, mi razón, no me hará más dichosa, si esta me enfrenta a ti.
Y me pregunto, después de mis errores, si alguna vez aprenderé a dejar de sentirme el ombligo del mundo cada cierto tiempo; si después de tanta experiencia de vida, no aprenderé a relativizar mi verdad y a tomarme con cierto sentido del humor aquello que me sucede. Amar desde la serenidad que produce restar importancia a lo que no la tiene.
Ni tu bandera ni la mía, ni tu Dios o aquel del que yo sigo dudando, ni tú ni yo por separado si realmente queremos seguir juntos uno al lado del otro.
Así que, por favor, acércate, que quiero susurrarte al oído una caricia sin argumentos...
Te suelto de la culpa que te engulle en esa soledad que a ti también te crece cuando a ratos me piensas sin querer.
¿Sabes?
No hay víctimas en las historias incompletas,
solo amores que deben aprender a soltarse para no terminar en el desierto de nuestros múltiples vacíos.
Aceptar, que hay algunos trenes que no deben dejarse ir, y otros, a los que nunca, nunca, debimos de subirnos porque nos condujeron a un lugar inexistente en nuestros mapas.
Y así, es como intuyo la palabra “despedida” volando a solas y en silencio para dejar marchar lo inevitable.
Esta tarde, charlando con un buen amigo, comentábamos sobre las interpretaciones que solemos hacer en nuestras conversaciones con los demás y lo complicado que resulta a veces llegar a entender lo que alguien desea decirnos realmente. Él me decía que esta confusión puede darse porque a veces en la comunicación entre dos personas suelen fluctuar sin embargo, cuatro opciones de pensamientos diferentes.
Cuando hablamos pretendemos expresar lo que sentimos y a la vez, analizamos que puede estar pensando nuestro interlocutor sobre lo que le estamos transmitiendo, esto también puede sucederle al otro comunicante, con lo que no es raro terminar frustrados por no lograr llegar al entendimiento.
Creo que este doble pensamiento surge por una falta de seguridad en nosotros mismos unido a un exceso absurdo e inconsciente por querer controlar aquello que no podemos; la reacción del que nos escucha.
Esto genera a veces sufrimiento, exponer nuestras emociones, tenderlas en la cuerda de la vida y dejarlas fluir arriesgándonos a poder ser lastimados puede ser para algunas personas una especie de suicidio premeditado.
Comprender que de una forma u otra siempre habrá algún motivo que nos hará salir de nuestra zona de confort, pareja, casa, trabajo etc. Aceptar que realmente solo tenemos nuestro presente, el ahora, y que justo este instante es el único que nos pertenece.
Ser conscientes de la fugacidad de nuestra vida y sus afectos puede llevarnos por caminos totalmente opuestos, o bien a un agujero negro que solo absorberá nuestra energía positiva, o por el contrario sentirnos liberados al saber que nada podemos hacer ante los imprevistos que han de llegar del exterior.
No esperar nada de mañana, respirar este momento y amarlo como si no hubiera otra cosa más importante y prioritaria que esto.
Al final, después de tantos tropiezos personales, he logrado entender que mis aspiraciones no siempre me hicieron feliz y debo aceptar que la propia vida está esperando a que le entregue otra versión diferente a la que ya fui.
El pasado ya no volverá ni falta que hace, porque yo, ya no estoy allí
La alegría o sus síntomas solo están en nosotros y desde la forma en que interactuamos en nuestras relaciones con los demás. Quizás esto sea un tremendo tópico, pero creo que no hay nada más cierto.
Compartir, experimentar la vida con aquellos que por un motivo u otro se cruzan en nuestro camino, debería ser un máximo exponente de bienestar interior, aunque a veces el maldito ego se obstine en obviarlo.
Cuando esto sucede, vuelvo a mi caparazón anhelando mi antigua zona de confort. Mi yo interior se da tanta pena a si mismo, que resulta agobiante oírlo sentirse el ombligo del mundo.
Porque las cosas no son ni suceden como yo quiero.
¿Sabéis? La vida son dos días y uno ya pasó para mí como si fuera ayer cuando aún era una niña. Ahora necesito vivir el segundo en la plena madurez de mi presente. Mañana quién sabe lo que me deparará el destino o yo misma.
No existen príncipes ni princesas azules, (no han existido nunca) ni hadas fantásticas que nos toman de la mano para rescatarnos y hacer realidad nuestros deseos.
Estos personajes afortunadamente solo se encuentran en la ficción.
Nosotros, por si mismos, ya somos fantásticos, fuertes y capaces de conseguir nuestros propósitos. Vivir una vida sencilla y potenciar nuestros valores en la pequeña parcela que nos tocó habitar junto a otros, es el cuento más bonito y real que podemos experimentar.
Este es mi pensamiento sin una doble vertiente, esto es realmente lo que quiero decir sin pensar a su vez en qué pensará aquel que lo lea. Porque ni puedo ni quiero controlar lo que piensas, porque no me debe preocupar esto cuando escribo.
Descubres que al amor también le gusta suicidarse desde la cumbre de un anhelo.
Que cuando éste aparece, te persigue y te eleva hasta lo más alto para hacerte sentir el vértigo de la felicidad bajo tus pies, entonces y solo entonces,adviertes que no llevas ningún freno de mano para el corazón en caso de emergencia, pero sucede que las vistas son tan espectaculares que no temes despeñarte sin remedio.
Lo único que deseas es mirarte en sus ojos desde tu yo más profundo, allí donde las palabras no alcanzan. Nada puede detener entonces esa “quimera palpable" que resulta ser el bálsamo idóneo para tus heridas.
Hasta que la vida, una vez más,te devuelve a su escala de grises sin ambages y concluyes entre tus escasas certezas, que la cobardía es compañera eterna de la nostalgia y que no podrás dar ni un solo paso hacia adelante mientras no encierres tus miedos en una jaula con mil candados y tires las llaves al fondo de lo que fuiste.
Exhausta de principios que me arropen y den impulso nuevamente, siento como mi vida volvió a quedarse en blanco y negro sin ningún color que pueda alegrarla.
Me consta que aprendemos desde el fracaso, pero no sé que lección debo aprender esta vez. Aún no lo sé. Eso si, estoy segura de que este año sacaré nota alta en decepciones y nuevos comienzos.
Soy la eterna Sísifo por antonomasia y ahora, en estos instantes, solo tengo ganas de rendirme, dejarme llevar por el silencio y rogar para que este dolor pase pronto.
Soy una romántica de libro dicen mis amigos, una adolescente cuando se trata de sentir al amor, tanto, que no vi las señales del distanciamiento, eso es lo que más tristeza me causa. Saber que esos ojos que me miraron las últimas veces no mostraron lo que su corazón sentía.
Ahora entiendo a aquellos que valoran de una forma exagerada la sinceridad o la honestidad en el otro, creo que lo hacen porque a veces carecen de ella o no saben defenderla como se merece.
Mi verdad no es la verdad de los demás, claro que no, pero es la mía y mis dedos siempre acariciaron su nuca con todo mi amor, le mostré mi alma en cada mirada que intercambiamos o en cada beso que nos dimos.
Solo me queda el consuelo de haber amado desde la sinceridad de mi corazón.