domingo, 23 de julio de 2017

Recuerdos que asoman.

















Antes de iniciar el viaje a Londres decidí que escribiría una especie de diario para anotar todo aquello que creyera que no debería olvidar jamás.

Los dos primeros días fui anotando en el móvil una especie de notas que me sirvieran a la hora de escribir en el blog, pero el tercer día estaba tan inmersa en la ciudad y sus diferentes espacios, que me había olvidado de ir tomando apuntes o no me apetecía hacerlo al volver al piso por la noche.

Desde mi vuelta a casa he estado pensando en escribir sobre el viaje, todo está ahora muy reciente en mi memoria y cientos de fotos me llevan a cada instante o conversación vividos.

Aún así he decidido no hacerlo como tenía previsto. Gerardo, un amigo,  me dejó una reflexión en la anterior entrada del blog de la que extraigo este trocito suyo a raíz de el debate sobre escribir aquello que nos sucede.

“Se trata de capturar el instante, que de otro modo es imposible de preservar. Incluso las grabaciones de video, las ves tiempo después y hay como un halo de extrañeza. En cambio, lo escrito parece que consigue captar mejor un estado de ánimo. Hace no mucho, eso sí, me invadió cierta duda: ¿y si al escribir esas vivencias anulo el recuerdo de las mismas?”

Estos pensamientos en voz alta de Gerardo me hicieron ver que lo que yo quiero a la hora de escribir mis vivencias de cualquier tipo es contar los diferentes estados de ánimo que me acompañan en cada momento.

Este blog no va de viajes o sitios interesantes para viajar, sino que es un espacio donde escribo aquello que  me apetece contar y dejar escrito porque la mayoría de las  veces me sirve de introspección o de catarsis personal.

 Así que he decidido ir escribiendo sobre el viaje de aquellos recuerdos o sensaciones a los que éste me llevó, sin explicar detalladamente qué monumentos vi o qué lugares visité si no me apetece hacerlo o creo que no es lo más importante a recordar para mí.

 Salida desde Madrid hacia Londres con llegada prevista sobre las 14´30:

Llegamos con algo más de tiempo del previsto al aeropuerto porque Eduardo no ha salido a mí, tan impuntual siempre, y como no se fía, desde por la mañana me lleva a toda prisa de tren en tren y no se queda tranquilo hasta vernos en la sala de embarque.

Justo antes de pasar por esta, la memoria, otra vez tan selectiva, me retrotrae a un año atrás, un  viaje a París junto a su padre.

En el aeropuerto francés éste dejó su reloj en la bandeja donde se dejan todos los enseres antes de pasar el control de seguridad y al ir a recogerlo, observó que  no estaba allí  y se lo hizo saber a los controladores del aeropuerto, éstos, incrédulos, le decían que quizás se lo había dejado en otro sitio, pero él insistía en  que se lo habían perdido allí.

Íbamos bien de tiempo y al verlo tan convencido nos hicieron esperar amablemente mientras nos explicaban en inglés (no sabían hablar español  en un aeropuerto internacional) que mirarían por las cámaras, que todo estaba grabado y se vería si el reloj finalmente iba en las bandejas.

Al ver las grabaciones comprobaron que   este, si que pasó el escáner, pero inexplicablemente había caído al suelo y una de las trabajadoras por lo visto lo había guardado en un sitio diferente al que suelen guardar los objetos extraviados.

Nosotros no parábamos de reír, porque el encargado se puso nervioso y buscaba por todas partes volviendo una y otra vez sobre los mismos cajones mientras daba puñetazos en el mostrador desde donde controlaba todo.

El reloj no tenía un gran valor económico, pero no le agradaba nada que se lo hubieran perdido.

Finalmente, después de casi una hora, la señora que lo había recogido fue localizada y al preguntarle, fue directamente donde lo había dejado. Nos pidieron excusas nuevamente y nosotros nos esforzábamos para no sonreír al verlos tan apurados con la pérdida de un objeto de tan poca importancia.

Recordando esta anécdota de mi viaje a París y justo antes de coger el vuelo hacia Londres con mi hijo, tuve que contenerme para no desbordarme en un momento inesperado de vacío y tristeza.

En esos instantes, sentí que había perdido a alguien definitivamente y una parte de mí se desgarró ante una muerte inexistente, pero real en el espacio vital en que me muevo desde que decidí seguir sola mi camino.





miércoles, 5 de julio de 2017

Introducción a diario de un viaje.












Ayer, mientras decidíamos los sitios prioritarios para visitar en Londres los próximos cinco días que estaremos allí, se me ocurrió escribir sobre el viaje que iniciaré mañana con mi hijo pequeño. 

¿Por qué no? Probablemente solo interesará a mis amigos más cercanos o incluso hasta ellos les resulte un relato intrascendente, pero aún así, no descarto la idea de contar todo aquello que veamos o experimentemos y que merezca la pena recordar al menos para nosotros dos.

De niña, casi adolescente, escribí un par de diarios que guardo con mucho cariño porque esa chiquilla a la que he leído alguna que otra vez, fui yo en su esencia más íntima y probablemente si no los hubiera escrito, no podría haberme retrotraído al pasado con la misma nitidez. 


Creo que los recuerdos que almacenamos, se van transformando de forma inevitable en aquello que a nuestra memoria tan selectiva, le gusta reflejar y éstos no siempre tienen porqué  coincidir con la veracidad exacta de los hechos.

Lo primero que pensé esta mañana ante el viaje, es en como nos habituamos a creer que nuestra vida siempre será igual, que nada nos desprotegerá o sacará de nuestra rutina diaria, salvo alguna enfermedad o muerte inesperada, hasta que un día a veces  por decisión propia a veces por la de otros se producen cambios  radicales en nuestro entorno que si bien se veían venir nunca terminaban de llegar.


Y miro hacia atrás,con ese vértigo que me sobreviene cuando le apetece y desde el momento en que el universo se alió conmigo o contra mí, porque eso, ahora no lo podré saber hasta pasado el tiempo.

Y visto mi piel con ganas de vivir  secándome  unas cuantas lágrimas -que siempre están ahí esperando en mis ojos- y que son imprescindibles para limpiar este dolor.

Y la sonrisa vuelve a mi boca inconsciente a pesar de todo.

Hoy, ahora, no puedo ser más feliz ante un viaje organizado junto a uno de mis hijos, aunque éste me traiga a la memoria otros viajes que también fueron muy dichosos junto a otras personas que ya no me acompañan.

La vida sigue, y ¿sabéis? quiero participar de ella todo lo que ésta me permita y solo puedo agradecérselo de antemano.