sábado, 14 de marzo de 2015

Naveed
















Aquella mañana, justo en el momento del café, se acercó un chico hasta mi mesa para preguntar por unos cursos de español que se impartían en Cáritas donde colaboro como voluntaria. Creía que yo podría informarle, pues una de las chicas de la biblioteca lo había enviado a hablar conmigo.

Así fue que conocí a Naveed, él es pakistaní, de Lahore, tiene 28 años de edad y tuvo que huir de su país junto a sus dos hermanos por motivos económicos y políticos. Cerraron la fábrica donde trabajaban y además estaban próximos a una zona talibán. Eso es lo que él me dijo y yo lo creí, por supuesto.

Le comenté que no había en esos momentos ningún curso de español por comenzar, y él con unas frases en castellano que traía aprendidas (eso lo comprobé después) insistió en que por favor que le ayudara, que él sabía escribirlo y lo entendía, pero que necesitaba practicarlo con alguien para poder encontrar trabajo.

Lo vi tan educado y con esa sonrisa tan amable pidiendo ayuda, que me dije: “¿por qué no?” Total, sólo se trataba de hablar entre ambos, y seguro que sería provechoso para los dos. Le dije que sí, que podría charlar con él un par de veces a la semana. Se ofreció a pagarme y cuando le sonreí negando con la cabeza, me dijo que no entendía por qué no quería cobrarle. Le dije que si yo estuviera en otro país que no fuera el mío, también me gustaría que me ayudaran a conocer el idioma.

Y ahí fue como llegamos a un acuerdo entre alumno y profesora novata e inexperta. Quedé con él para nuestras charlas en la Sala de Pintura justo enfrente de mi oficina las dos tardes que esta no estaba ocupada.Al comenzar las clases siempre me preguntaba por mi marido y por mis hijos como señal de respeto y se despedía con una inclinación y la mano en su pecho.

El primer día comprobé que había aprendido a leer español leyendo periódicos y viendo series por internet, pero que no entendía nada de lo que leía. No me entendía a mí tampoco cuando le hablaba.Lo que creía que sería sólo una charla de intercambio de culturas, significó entonces prepararme un libro de gramática española básico para poder avanzar con él. Porque cuando le explicaba siempre asentía, pero terminábamos hablando en inglés,(bueno, yo lo chapurreaba para poder entendernos) ahí, en esos momentos era yo la alumna frente a él, y pude entender la frustración de no ser entendido por el que te escucha.

Después de unos meses se quedó sin trabajo, pero jamás me pidió dinero ni ningún tipo de ayuda que no fueran las clases que le impartía.

Un día le dije que tenía que venir a conocer a mi familia, pues yo les hablaba a ellos sobre él, pero todavía no lo conocían personalmente. Me pidió mi dirección y sin avisar se presentó en casa, casualmente  sólo estaba mi hijo pequeño, el cual dedujo que se trataba de mi “alumno”. Llevaba consigo una gran tarta para mí y una botella de whisky para mi marido como símbolo de agradecimiento. Cuando mi hijo me explicó, me emocioné.

Ese día, Naveed había venido a despedirse, porque encontró un trabajo en Murcia haciendo kebabs. De vez en cuando hablo por teléfono con él aunque no lo he vuelto a ver. Aunque es musulmán, tuvo el detalle de felicitarme en Navidad.

Sólo puedo decir que la que aprendió y se enriqueció de experiencias fui yo. Que su recuerdo sólo me trae sonrisas, y que no entiendo el rechazo que mostramos hacia los que vienen de fuera o están en un círculo diferente al nuestro. Sólo hay que mirar a los ojos al que se acerca a nosotros y escuchar lo que este tiene que contarnos,quizás no siempre sea bueno, pero al menos deberíamos darle una oportunidad que terminará siendo nuestra.Tan sencillo como eso, sino lo hacemos, lo único que conseguiremos es dejar escapar a personas que quizás merecen la pena y vivencias con ellas que nunca se nos olvidarán.

Naveed siempre será como una especie de hijo para mí. Y siempre será una hermosa historia que recordar.



No hay comentarios:

Publicar un comentario