Esta tarde, charlando con un buen amigo, comentábamos sobre las interpretaciones que solemos hacer en nuestras conversaciones con los demás y lo complicado que resulta a veces llegar a entender lo que alguien desea decirnos realmente. Él me decía que esta confusión puede darse porque a veces en la comunicación entre dos personas suelen fluctuar sin embargo, cuatro opciones de pensamientos diferentes.
Cuando hablamos pretendemos expresar lo que sentimos y a la vez, analizamos que puede estar pensando nuestro interlocutor sobre lo que le estamos transmitiendo, esto también puede sucederle al otro comunicante, con lo que no es raro terminar frustrados por no lograr llegar al entendimiento.
Creo que este doble pensamiento surge por una falta de seguridad en nosotros mismos unido a un exceso absurdo e inconsciente por querer controlar aquello que no podemos; la reacción del que nos escucha.
Esto genera a veces sufrimiento, exponer nuestras emociones, tenderlas en la cuerda de la vida y dejarlas fluir arriesgándonos a poder ser lastimados puede ser para algunas personas una especie de suicidio premeditado.
Comprender que de una forma u otra siempre habrá algún motivo que nos hará salir de nuestra zona de confort, pareja, casa, trabajo etc. Aceptar que realmente solo tenemos nuestro presente, el ahora, y que justo este instante es el único que nos pertenece.
Ser conscientes de la fugacidad de nuestra vida y sus afectos puede llevarnos por caminos totalmente opuestos, o bien a un agujero negro que solo absorberá nuestra energía positiva, o por el contrario sentirnos liberados al saber que nada podemos hacer ante los imprevistos que han de llegar del exterior.
No esperar nada de mañana, respirar este momento y amarlo como si no hubiera otra cosa más importante y prioritaria que esto.
Al final, después de tantos tropiezos personales, he logrado entender que mis aspiraciones no siempre me hicieron feliz y debo aceptar que la propia vida está esperando a que le entregue otra versión diferente a la que ya fui.
El pasado ya no volverá ni falta que hace, porque yo, ya no estoy allí
La alegría o sus síntomas solo están en nosotros y desde la forma en que interactuamos en nuestras relaciones con los demás. Quizás esto sea un tremendo tópico, pero creo que no hay nada más cierto.
Compartir, experimentar la vida con aquellos que por un motivo u otro se cruzan en nuestro camino, debería ser un máximo exponente de bienestar interior, aunque a veces el maldito ego se obstine en obviarlo.
Cuando esto sucede, vuelvo a mi caparazón anhelando mi antigua zona de confort. Mi yo interior se da tanta pena a si mismo, que resulta agobiante oírlo sentirse el ombligo del mundo.
Cuando hablamos pretendemos expresar lo que sentimos y a la vez, analizamos que puede estar pensando nuestro interlocutor sobre lo que le estamos transmitiendo, esto también puede sucederle al otro comunicante, con lo que no es raro terminar frustrados por no lograr llegar al entendimiento.
Creo que este doble pensamiento surge por una falta de seguridad en nosotros mismos unido a un exceso absurdo e inconsciente por querer controlar aquello que no podemos; la reacción del que nos escucha.
Esto genera a veces sufrimiento, exponer nuestras emociones, tenderlas en la cuerda de la vida y dejarlas fluir arriesgándonos a poder ser lastimados puede ser para algunas personas una especie de suicidio premeditado.
Comprender que de una forma u otra siempre habrá algún motivo que nos hará salir de nuestra zona de confort, pareja, casa, trabajo etc. Aceptar que realmente solo tenemos nuestro presente, el ahora, y que justo este instante es el único que nos pertenece.
Ser conscientes de la fugacidad de nuestra vida y sus afectos puede llevarnos por caminos totalmente opuestos, o bien a un agujero negro que solo absorberá nuestra energía positiva, o por el contrario sentirnos liberados al saber que nada podemos hacer ante los imprevistos que han de llegar del exterior.
No esperar nada de mañana, respirar este momento y amarlo como si no hubiera otra cosa más importante y prioritaria que esto.
Al final, después de tantos tropiezos personales, he logrado entender que mis aspiraciones no siempre me hicieron feliz y debo aceptar que la propia vida está esperando a que le entregue otra versión diferente a la que ya fui.
El pasado ya no volverá ni falta que hace, porque yo, ya no estoy allí
La alegría o sus síntomas solo están en nosotros y desde la forma en que interactuamos en nuestras relaciones con los demás. Quizás esto sea un tremendo tópico, pero creo que no hay nada más cierto.
Compartir, experimentar la vida con aquellos que por un motivo u otro se cruzan en nuestro camino, debería ser un máximo exponente de bienestar interior, aunque a veces el maldito ego se obstine en obviarlo.
Cuando esto sucede, vuelvo a mi caparazón anhelando mi antigua zona de confort. Mi yo interior se da tanta pena a si mismo, que resulta agobiante oírlo sentirse el ombligo del mundo.
Porque las cosas no son ni suceden como yo quiero.
¿Sabéis? La vida son dos días y uno ya pasó para mí como si fuera ayer cuando aún era una niña. Ahora necesito vivir el segundo en la plena madurez de mi presente. Mañana quién sabe lo que me deparará el destino o yo misma.
No existen príncipes ni princesas azules, (no han existido nunca) ni hadas fantásticas que nos toman de la mano para rescatarnos y hacer realidad nuestros deseos.
Estos personajes afortunadamente solo se encuentran en la ficción.
¿Sabéis? La vida son dos días y uno ya pasó para mí como si fuera ayer cuando aún era una niña. Ahora necesito vivir el segundo en la plena madurez de mi presente. Mañana quién sabe lo que me deparará el destino o yo misma.
No existen príncipes ni princesas azules, (no han existido nunca) ni hadas fantásticas que nos toman de la mano para rescatarnos y hacer realidad nuestros deseos.
Estos personajes afortunadamente solo se encuentran en la ficción.
Nosotros, por si mismos, ya somos fantásticos, fuertes y capaces de conseguir nuestros propósitos. Vivir una vida sencilla y potenciar nuestros valores en la pequeña parcela que nos tocó habitar junto a otros, es el cuento más bonito y real que podemos experimentar.
Este es mi pensamiento sin una doble vertiente, esto es realmente lo que quiero decir sin pensar a su vez en qué pensará aquel que lo lea. Porque ni puedo ni quiero controlar lo que piensas, porque no me debe preocupar esto cuando escribo.
Este es mi pensamiento sin una doble vertiente, esto es realmente lo que quiero decir sin pensar a su vez en qué pensará aquel que lo lea. Porque ni puedo ni quiero controlar lo que piensas, porque no me debe preocupar esto cuando escribo.