Por ti, fui simulacro de poeta en un andén repleto de utopías. Por ti, y entre mis versos, quise ser aprendiz de sirena con tacones, deidad que te enamora circundando tus entrañas de besos clandestinos.
Por mí, tan imperfecta como siempre, tan frágil en mis días de silencios que renuncio a envolverme en la nostalgia. Por mí, y solo por mí, la desmemoria, que nunca se aproxima lo bastante para olvidar pasados en presente que incluyen a tu boca sin permiso.
Por nosotros, distancias que se eligen, finales con sabor a despedida y un amor que mutó febril en el invierno de mis ojos.
Si algo logré entender en el transcurso de los años, es la incapacidad de mis propias certezas para predecir mis actos. No hay fórmulas que me sirvan cuando se trata de vivir, ni pasados difíciles que hayan decidido quedarse conmigo si no fuera por mi mala costumbre de alimentarlos a través de su recuerdo. Descubro que la vida se mide por instantes que valen su peso en afectos. Instantes que construyen propósitos, miradas y abrazos que nos completan y se estiran, ilimitados, para no dejarnos nunca atrapados en el vacío.
Segundos que nos resucitan. Y así, con múltiples remiendos, batallo por conseguir un pensamiento limpio que me otorgue un trozo de paz y siga alimentando mi fe en el ser humano. Deshecho prejuicios lastimosos y los sobrevuelo a pesar de su insistencia en nombrarme.
Como siempre, la música, con su visión de indulgencia, se hace partícipe de esta lluvia que hoy amaneció sin estruendos y susurra historias semejantes a las mías.