incapaces de explicar su ausencia.
Me dejan al libre albedrío,
y yo, que necesito inhalarlas,
¿no les doy acaso ni pena
por esta asfixia que me producen?
Sin ellas yo no soy…
Y el cuerpo que barrunta
-porque es más listo que el hambre-
se abandona a las normas,
como si la falta de verbo
provocara apetencias imprescindibles.
Me asemejo a un espectro con ojeras,
y el rictus de mi boca asusta.
En la desesperación,
llego incluso a hurgar en mis sueños,
y busco frases pronunciadas
por las sombras de la noche.
Esperando estoy
a que vengan tiempos de cosecha.
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