No hay nada que deteste más que a una persona que engaña por costumbre y supongo que si le preguntara a alguno de mis conocidos probablemente coincidiría conmigo en este sentimiento, lo que no entiendo entonces, es, por qué cada vez se miente más en esta época donde se supone que hay más libertad para ser auténticos.
Mentiras baratas que salvan prestigios y destruyen todo aquello que tocan. Siento que la humanidad se acostumbró a las falacias para ahorrarse vergüenzas, como si cometer errores estuviera prohibido, anhelamos la perfección y las patrañas nos sirven de herramienta para ocultar nuestras debilidades. Si queremos, si de verdad queremos, no es necesario cometer embustes.
Un acto de sinceridad desde mi punto de vista, es digno de limpiar el error cometido.
A veces, y como única excepción por los efectos colaterales en los que pueda inferir el engaño producido en personas a las que queremos, si no se quiere hacer daño, es suficiente con callar y aprender de los desaciertos para que estos no vuelvan a repetirse.
La mentira sobre la mentira conduce a una catástrofe interna de gran tamaño entre el que la genera y el que la termina descubriendo, creando un clima de desconfianza que impide volver a depositar lo poco o mucho de nosotros en aquel que nos defraudó.
Desde ese pensamiento me niego a afianzarme en las ficciones como parte de un sistema de supervivencia aunque no niego haber caído alguna que otra vez en excusas que serían sinónimos de falsedades porque soy una defectuosa más que también tropieza a pesar de todo esto que escribe.
Aun así, sigue existiendo en mí la creencia de la lealtad y la palabra dada al “otro” por encima de cualquier propósito individual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario