Carta a Luz Elena:
Hoy has muerto, un mensaje de móvil con una sencilla frase nos distanció ya para siempre. Nunca más volveré a escuchar de tus labios ese dulce “mamita” como solías hacer cada vez que me argumentabas con pasión alguna historia de tu compleja vida.
"Me quedé sin poder despedirme, sin darte mi último abrazo y aquí me tienes desconsolada y llena de impotencia."
Eras creyente y la última vez que pude verte fue en la Iglesia donde nos habías citado a todos tus amigos para que asistiéramos a una homilía dedicada a tu hijo al cumplirse el aniversario de su fallecimiento.
Por supuesto que fui, y recuerdo que me pareció un compromiso por todas las dudas de fe que me rondaban, pero no quise defraudarte. Sin esperarlo, me encontré con una ceremonia cargada de emoción. Habías pedido permiso en el hospital para que te dejaran ir y llevabas una sonda en la nariz con una especie de riñonera por donde asomaban tus medicamentos. Te encontré muy débil pero eso no era lo que te preocupaba, lo que te estaba matando no era el cáncer que venías padeciendo, sino la pena tan grande de tu corazón.
"Y ahora qué mamita ¿ahora debo ir a visitar la tumba dónde descansas junto a él?
Sola, tan sola como te quedaste en un país extraño al que que viniste con la esperanza debajo de tus ojos y ahora te marchas queriendo y sin querer…"
Me enteré por casualidad de tu fallecimiento, no tienes familia en España, sólo un par de amigas en común, lo nuestro fue un flechazo de amistad, me ganó tu alegría desde el primer minuto. Porque, yo no te conocí en el dolor, no, yo te encontré llena de vida y de inquietudes, feliz de haber conseguido un hogar para tu hijo a base de muchos sacrificios.
En el hospital siempre había algún amigo disponible para cuidarte, aunque eras tan valiente que no permitías la compasión para ti. Hablabas y hablabas de tu vida, de tu hijo, pero nunca te quejaste, nunca pediste nada. Solo necesitabas cariño, tanto como el que tú nos entregaste a todos aquellos que te conocimos.
No me pude despedir de ti, me dijeron que unos amigos te habían llevado a su casa a cuidarte, pero me demoré demasiado en investigar tu nueva dirección. No sabes cómo me duele escribir esto. Ahora solo deseo que tu fe no te haya fallado y que donde quiera que estés te encuentres con el gran amor de tu vida. Solo pido eso, que no te hayan engañado…
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