Observo que tu cabeza tiembla apoyada sobre uno de los laterales del vagón, justo al lado de la puerta de entrada. Tu cabello es muy negro y tienes un cuerpo robusto con unos ojos que brillan de forma exagerada en un parpadeo incesante e involuntario. Tu cabeza no deja de agitarse de un lado a otro por algún extraño motivo e intuyo que padeces algún tipo de enfermedad o secuela física.
No dejas de mirar el móvil y sonríes cada vez que lo haces, me gusta imaginar que estás enamorada y que te escriben cosas hermosas; nadie dedica un segundo de su tiempo a observar tu fragilidad, solo unos pocos conservamos ese hábito de mirar en el otro como si fuera un paisaje desconocido que puede sorprendernos gratamente.
Todos tan iguales y tan anónimos, demasiados solitarios que no eligieron serlo pero a los que la vida no les dio a elegir otra opción diferente. Piezas de un puzle universal que se desmorona a golpes de indiferencia.
Tan confusos los sentimientos, tan rendida la materia que me envuelve, que me siento un juguete al que se le agotaron las pilas, una margarita extenuada a la que se le cayeron los pétalos sin remedio.
A veces conjeturo que viví demasiado y el corazón me pesa como si tuviera un siglo respirado bajo mi pecho.
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