jueves, 25 de diciembre de 2014

Frio
























Creo que tengo frío por la falta de abrazos
y no es por ti lo sé, soy yo que no me abrigo;
dejaste ya de ser el fuego que calienta
y rechazo tus besos con glaciales miradas.



Días en que posar se vuelve insostenible
con todas tus falacias o justificaciones,
y entonces se me olvida que alguna vez te amé,
y que hubo un pretérito en que fui solo tuya.

Lo nuestro siempre ha sido principio con final
y tú que igual creíste que sería perpetuo,
te opones al fracaso no admitiendo mi pérdida.

Te ofreces de pelele y fingiendo aflicción
esperas que tu luz vuelva a prenderse en mí,
lo nuestro terminó esperando tu partida.




Manuel  M. Barcia:















Acaso yo no pueda decidir,
cadáveres de amor nos originan
fetalmente gestados por silencio,
sin nadie a quien arder entre tus ingles.

El tiempo de difuntos nos madura
en su desposeída libertad,
con aire frío a veces, y un adiós
sintiéndose desgana por costumbre.

Queda un soplo de luz entre nosotros
capaz de amanecer oscuridades
bajo tu corazón y lo que ardía.

No caben los crepúsculos en él
ni finales cegados por la noche,
sólo tú, tan sumisa, tan incierta...

Carmen:


Quizás llevas razón, tú no decides
en este gran tumulto que me invade
y me invita a dejarte para siempre,
olvidando que fuimos dos en uno.

El tiempo es amargo con nosotros,
nos hermana y divide tan extraños
compartiendo la misma habitación
sin roces ni caricias que remuevan.

Busco el rayo de luz que me ilumine,
bajo esta inmensidad de claroscuros
me gustaría ver el arcoíris.

No creas que me tengo por sumisa,
aunque si por incierta y melancólica
te sigo requiriendo compañero.

domingo, 14 de diciembre de 2014

Palabras





Hay días en que las palabras huyen,
incapaces de explicar su ausencia.

Me dejan al libre albedrío,
y yo, que necesito inhalarlas,
¿no les doy acaso ni pena
por esta asfixia que me producen?

Sin ellas yo no soy…

Y el cuerpo que barrunta
-porque es más listo que el hambre-
se abandona a las normas,
como si la falta de verbo
provocara apetencias imprescindibles.

Me asemejo a un espectro con ojeras,
y el rictus de mi boca asusta.

En la desesperación,
llego incluso a hurgar en mis sueños,
y busco frases pronunciadas
por las sombras de la noche.

Esperando estoy
a que vengan tiempos de cosecha.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Luz Elena



















Me pregunto si acaso seré un imán o un receptor de señales que avisa con un leve pitido de la empatía crónica que padezco con la gente que me relaciono y que tiene algún problema. Soy de la clase de personas que aún pregunta al otro que tal se encuentra mirándole a los ojos, eso implica de entrada un compromiso emocional con lo que el emisor te va a contar. Sucede que si la historia me preocupa demasiado, me paso varios días dándole vueltas a la cabeza en busca de una solución posible.

Esta tarde me he acercado a la tienda de al lado de casa. Allí, cuando ya estoy en la caja para pagar, advierto la mirada fija de una señora con un pañuelo alrededor de su cabeza. Ante la insistencia de sus ojos en busca de los míos, me detengo a mirarla y reconozco en ella a quien me llamaba “Mamita” y que trabajó como limpiadora por unos meses en mi oficina. En ese momento no recuerdo su nombre, algo lógico en el despiste controlado que gobierna mi vida, pero sí su forma de ser, trabajadora, buena y dulce con todo el mundo. Al verla con la cabeza rapada, le pregunto intuyendo.

Mi sorpresa es su respuesta, “Se me ha muerto el hijo, Mamita,” contesta . El cáncer que lleva escrito en su rostro y su cabeza no le importan, ni la quimio, ni encontrarse en el paro, todo es relativo en estos momentos. Me dice que una buena amiga la acogió y la está cuidando. La angustia le quema, y me cuenta que encontró a su hijo de 34 años muerto en el sofá apenas hace un mes. Comienzo a encogerme por dentro.

Sigo escuchándola; sólo le interesa hablarme de su hijo, como si al hacerlo él siguiera presente. La observo y su aspecto se asemeja a un esperpento hecho jirones al que la pena abrasa. “El cuidaba de mí, mamita, me daba la medicina”, me dice, y yo, que sé un poco de su historia, recuerdo que el hijo siempre estuvo enfermo, que ella vino a este país para que él tuviera una vida más digna, al menos con posibilidades de futuro. Entendí que su vida merecía la pena sólo por el hijo

Le pregunto cómo se las arregla, si al menos en lo económico se defiende, pero no escucha, sólo me habla de su hijo. Dice que no llora, porque él no querría verla así, pero las palabras salen de su boca como un torrente de lágrimas.

Sin darme cuenta pronuncio en voz alta mis pensamientos: “No sé por qué Dios te causó tanto dolor ” y ella, aún siendo creyente asiente con la cabeza. Yo, que ahora estoy ausente en la fe y busco razones para ser una agnóstica en toda regla, me encuentro con una situación perfecta para culpar al Todopoderoso.

Sin embargo, el efecto es el contrario y me contradigo. Advierto que estas tragedias precisamente me hacen buscar una explicación, ¿qué sentido tendría esta vida para aquellas personas que están llamadas a padecer en esa forma, si no hubiera un más allá? Quiero pensar que el hijo de Luz Elena, llamado Gustavo, la está esperando en alguna parte de algún más allá ansiado por ambos. Segura estoy de que no acaba todo bajo tierra. No puede ser. Yo, al menos, necesito creer.






viernes, 7 de noviembre de 2014

HIJO



Vuelvo en el coche justo después de acompañarte a la estación, donde fui a despedirte una vez más. Siento el nudo que oprime en la garganta, y las lágrimas, ya fabricadas, queriendo derramarse en mis mejillas. Me sucede cada vez que regresas para irte de nuevo. Hace ya unos años que solo vuelves al que fue tu hogar en vacaciones, o días sueltos, que pasan demasiado rápido.También sé, que a pesar de nuestro profundo afecto, no podemos estar juntos demasiado tiempo, necesitamos espacios para respirar y ser nosotros. Aunque me consta que nos amamos como solo pueden amarse madre e hijo. Profundamente.


¿Por qué creciste? ¿acaso no ves que soy la misma? Soy aquella a la que tú hasta los doce años considerabas una enciclopedia, la que creías que tenía todas las respuestas para darte.Porque tú, siempre fuiste el niño de los porqués, y a veces, postergaba preguntas que me hacías y desconocía, para poder consultarlas no fuera a fallarte. Me preguntabas por la luna y los planetas, por la lluvia y el arcoíris, me pedías que te contara cuentos o historias de nuestra familia sin cesar. Querías saberlo todo y encontrar una explicación a tu intensa inquietud. 


La adolescencia fue una etapa dura entre nosotros, siempre me retabas, intentando sacar algo que sabías no te estaba permitido.Me ponías a prueba,y yo que no te pasaba ni una, descargué a menudo una ira innecesaria contra ti. A pesar de lo que te quería y precisamente por eso, nunca dejé de exigirte lo máximo.


Tu pelo, que entonces tiraba a pelirrojo por los rayos de sol, un día se volvió castaño oscuro, y decidiste ser Quijote, querías recorrer aventuras y comerte el mundo que te estaba esperando afuera.


Descubriste hace tiempo que estoy llena de debilidades, que no soy la madre perfecta ni lo fuerte que tú creías, pero aún así, siempre me perdonaste, ambos nos perdonamos en nuestros desencuentros.


Y ya ves, yo sigo aquí, siempre estaré aquí para arroparte en la noches oscuras, esperando que de vez en cuando vuelvas al nido que construí para ti, y que se quedó vacío con tu marcha.













domingo, 21 de septiembre de 2014

Abuelo







 

Gracias a Silvio manuel Rodriguez, por compartir este video, y permitirme disfrutar de un músico al que no conocía.








ABUELO.

Hoy no  sé porqué, me acorde de ti, no suelo nombrarte, quizás porque siempre  fuiste la sombra de la abuela…  
 Ella ocupó tanto hueco en mi corazón que  me hizo olvidarte sin querer. Me puse a recordar momentos juntos, tuyos y míos, nuestros…

 ¿Recuerdas? Cuando ponías tu flamante  radiocasete, y no me dejabas que me acercara, no sea que fuera a estropearlo. Escuchabas flamenco: Juan Valderrama, Dolores Abril, con su tema “Pelea en broma”, La niña de la Puebla, Perlita de Huelva etc.
 A mí de tanto oírlos, casi que me gustaban. Te veo sonriéndome, mientras escuchas el fandango, apuntándome hacia el radiocasete para que escuche atenta, la estrofa que tanto te gustaba. 

 ¿Recuerdas? Cuando iba a tu casa a comer, salías a la puerta, y te encontraba esperándome, mirando el reloj,  impaciente por verme llegar, siempre con una sonrisa en los labios. Sabía, era consciente de que te hacía feliz, y durante la comida, mi charla era incesante, esperando siempre tu aprobación, donde asentías con una sonrisa a todo lo que te contaba.

Dicen que tenías mal genio, pero a mí nunca me lo mostraste, cuando algo no te gustaba, sólo movías la cabeza en señal de desacuerdo, y con eso bastaba.

¿Recuerdas? Tu casa, tan grande, como aprovechaba la hora de la siesta, para adentrarme en las habitaciones que nunca se abrían, porque  en esa casa en la que hubo tanta vida, ya sólo quedabais vosotros. Abría  armarios,  y entre sus cajones, buscaba  la pruebas del delito, cartas de amor, secretos de familia, nunca tuve suerte… 

¿Recuerdas? Cuando murió la abuela, después de sesenta años casados, fue tal tu dolor, que dejaste de conocernos, perdiste la consciencia a propósito, estoy segura. Comenzaste a morir desde el momento en que  lo hizo ella.

Cuando iba a visitarte y nos quedábamos a solas, parecía como si recobraras la consciencia por unos minutos, y  me decías “ya me voy, me queda poco de estar aquí”, todo  esto lo decías sin pena, sonriendo.

Te fuiste a los sesenta días de ella, después de 60 años juntos, la sobreviviste sesenta días…